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No se habla de Bruno, no, no, no.

Por Andrés Reche

No se habla de Bruno, no, no, no.

Paseábamos entre las hayas del Valle de Ordesa cuando mi hija Anita le cantaba, bromeándole a Daniela, “no se habla de Bruno, no, no, no”. Estaban en sus cosas y no quise mostrar mucho interés en el tema, pero la canción que las dos empezaron a cantar mientras subíamos al Monte Perdido, no solo les hizo olvidar el cansancio de las horas que se acumulaban de la lenta subida, sino que contagiaron su alegría a todos los que las escuchaban, a mí el primero.

– Papá, es de la película Encanto, ¿no la has visto?

Si, había visto la película y en ese momento, no pude evitar la tentación de establecer una simbología: La Familia “Madrigal” (Liberal) son los protagonistas de una historia en la que todos sus integrantes tienen un “don” (talento) y conviven en una villa mágica donde la casa, con una vela siempre encendida, es un personaje más de la trama. Todos menos Mirabel Madrigal, que parte de origen con esa particularidad, ser la única sin un don mágico. Demasiadas similitudes…

Con 23 años obtuve una plaza de funcionario.

Yo, siendo un españolito de 48 años que alimentó su optimismo y estímulo creativo en base al consumo de Bolas de Cristal, Cometas Blancas, Aplausos, Rockopop, y que los viernes por la tarde acudía al Videoclub del barrio para ser el primero en ver los estrenos en VHS de Indiana Jones, El Señor de las Bestias, Flash Gordon, etc. asumo ser uno más de esos estereotipos consumados de la Generación X, hijo de los primeros Boomers y ahora padre de los Milenios y de la Generación Z que, tras una vida de aprendizaje, no se resigna. Y fruto de ese estímulo creativo y de una gran inquietud, he aprovechado la afortunada seguridad laboral que aporta sacar una plaza de funcionario con 23 años para aventurarme en la política.

¿Por qué?

Porque nunca me he resignado ante ninguna circunstancia y necesitaba reaccionar, buscar mi “don” para rebelarme ante lo que me imponen mediáticamente como aceptable en la gestión política de partidos que solo buscan perpetuarse y asegurar el futuro de sus activos como un fin en sí mismo y no como un medio para el bienestar de todos nosotros. ¿Para qué? Para que todos recuperemos ese “don” para dignificar la política como el mejor instrumento de gestión de lo público (de lo de todos) y así, recaiga nuevamente en manos de las personas, de los CIUDADANOS alejándola de empresas políticas consolidadas que preparan y moldean sus boquimuelles desde las aulas de las universidades (unos en las públicas y otros en privadas).

Para que, al igual que nuestros padres en la Transición, podamos confiar en políticos realistas, creativos, valientes, reformadores y en suma, garantes de un futuro prometedor en libertades y menos incierto en oportunidades.

En 2014 apareció en mí Ciudadanos.

Y como todo en mi vida, debido a una compleja derivada de causalidad/casualidad. Y esta encantadora posibilidad de una tercera opción se volvía real, pero sin cimientos suficientes en aquel momento por la velocidad que nos exigía un potencial electorado, lo que nos llevó a diseñar rascacielos para alojar plantas altas basadas en las cuotas de poder que vendrían.

Pero no llegaron todos los materiales esperados y dejamos el edificio a medio construir, con solo una decena de plantas habitables y en alguna de ellas nos quedamos como inquilinos a nuestros particulares Brunos, “el malo de la película” Encanto, representado por los tránsfugas, traidores y ególatras que pasaron por nuestras filas.

En aquel momento, perdido en la belleza del Pirineo, la sonrisa de mi hija, sin ella saberlo, me ofreció una gran lección mientras escuchaba como cantaba aquella canción: No se habla de Bruno.

Encanto, la película, destaca no solo la cultura, vestimenta, bailes, gastronomía y paisajes de Colombia. Todo lo contextualiza dentro de una Realidad Mágica heredada y con similitudes de “100 años de Soledad”, de Gabriel García Márquez, en especial cuando inunda las escenas de alegría, esperanza y felicidad con sus Mariposas Amarillas, las mismas que revoloteaban en Macondo a cada abrazo de Meme y Mauricio e invadían la casa de los Buendía desde el atardecer.

Quizá ya sea hora de que todos los que seguimos formando parte de esta Familia Madrigal, perdón, Liberal, dejemos de prestar atención a los continuos malos augurios de Bruno, porque él también se equivocaba, y a las desesperadas Fernandas con sus bombas de insecticidas.

Debemos ser conscientes y convencernos de que somos muchos los dotados con el “don” que nos impide resignarnos.

Además, nos permite rebelarnos contra todo aquello que no funcionaba y sigue sin funcionar y que nos hizo formar parte de esta familia para poder solucionarlo. De esta forma, comprobaremos la multitud de mariposas amarillas que aparecen allá donde nos reunimos.

Está en cada uno de nosotros luchar para que este proyecto de familia política no muera en la orilla, como el amor de Meme y Mauricio, sino que renazca como el nuevo hogar de la Familia Madrigal gracias a las habilidades y al “don” que descubrió y descubrieron en Mirabel, y que ninguna puerta quiso antes reconocer.

Ahora lo he descubierto, Gabo puso las palabras que confirman mi necesidad de opción política: “El prolongado cautiverio, la incertidumbre del mundo, el hábito de obedecer había resecado en su corazón las semillas de la rebeldía”.

Andrés Reche

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