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Nos han quitado la N a los castellonenses.


Pues miren, aquí en Castellón nos han quitado la ene.

Castellón ahora se llama Castelló y los “castelloneros” nos hemos quedado, creo, bastante fríos.

No conozco a nadie que cuando hable en castellano diga Castelló, salvo que practique ese politiqués auto apodado progresista que se disfraza de lenguaje administrativo.


El tema se lo tomaron en serio. Alguien con mando en plaza no podía soportar por más tiempo que nuestra ciudad tuviera un topónimo oficial en las dos lenguas que amamos y que utilizamos. No había que decir Castellón de la Plana.

La coalición de gobierno compuesta por el Psoe -Partido Socialista Obrero Español-, por la amalgama identitarista de Compromís y por la izquierda apostólica Podemos-Izquierda Unida puso a los filólogos a trabajar con el objetivo de dar cobertura técnica a una cuestión ideológica.


Castelló viene de castell, que es castillo en valenciano, y del sufijo que se utiliza en nuestra lengua levantina para formar los diminutivos. El uso de esa palabra en un sintagma completado por la Plana, que quiere decir la llanura, da a la traducción literal del nombre de nuestra ciudad un toque bucólico. La imagen es acertada, pues un antiguo castillo árabe, el castell vell, habría coronado un verde tapiz de naranjos abierto hacia el mar durante siglos.

Ni Madrid ni Santander significan algo en castellano, literalmente hablando.


Pero con las lenguas nada es lo que parece, y ni Castellón se ha tomado nunca por traducción literal de Castelló, ni León apela al fiero animal —la palabra proviene de la legio que designaba a las legiones romanas—, ni Madrid ni Santander significan algo en castellano, literalmente hablando. Ciudad Real y Vila-real sí; aunque ahí está la gracia: en la variedad. En la variedad y en que hay lugares que por su importancia vale la pena nombrarlos en las dos lenguas, como la nuestra, y como Teruel y Terol y Zaragoza y Saragossa, por dar el ejemplo simétrico. O no tan simétrico, porque las voces Lérida y Gerona desaparecieron hace mucho de los telediarios.


Entre 2018 y 2019 el tripartito municipal envió el asunto al tripartito del gobierno autonómico, fiel réplica PSOE-más-Compromís-más-Podemos-con-IU de lo que soportamos aquí; aunque a decir verdad el de Valencia tal vez nos condicione más. Mediante decretazo, la versión en castellano del topónimo quedó reducida a apunte histórico, casi como el que nos recuerda que la afección en la piel de no pocos adolescentes debería llamarse acmé y no acné, expresión aquella que tristemente no ha encontrado BOE que la restituya.


¿Saben qué? Que si hay que ser ortodoxo se es; y con mis amistades voy a usar el doblete Castelló/Castillín, cuyo último nombre está en un correctísimo castellano.

Tiene un parecido fonético asombroso con el oficial, y además me sirve de homenaje a mis antepasados de la España occidental, cuna del sufijo diminutivo que lo redondea.


Nos quitaron la ene, sí.

y envueltas en esta distracción, en este pañuelo de seda de prestidigitador curtido, unas cuantas cosas más; pero los liberales de Castellón las recuperaremos: enes, eñes, y otras letras capitulares, que les devolveremos mejoradas.


Por Juan López

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